Las verdades que el FOMO oculta en la escena electrónica

Durante los últimos años, en medios especializados, pódcasts y redes sociales, se ha repetido que el sector de la música en vivo en España podría estar experimentando una “burbuja”. No se trata solo de la subida de precios: existe un auge masivo, una profesionalización creciente y una oferta tan amplia que comienzan a surgir serias tensiones.

Cuando centramos el foco en la música electrónica, esas tensiones adoptan matices que es imperativo desmenuzar.

Producción de alto nivel y presión sobre la cartera

Muchos festivales de electrónica españoles han elevado drásticamente su apuesta: sistemas de sonido de alta gama, escenografías complejas y una producción audiovisual extremadamente cuidada.

Eventos de diversos formatos están demostrando una capacidad de convocatoria masiva en este año 2025:

  • Medusa Festival ha batido récords históricos, cerrando su edición de 2025 con 180.000 asistentes, coronándose como el mayor evento de dance en España, según datos de la organización citados por elperiodic.com.

  • Aquasella (Asturias) cerró su edición 2025 con más de 80.000 asistentes, consolidando su impacto en el norte de España, según reportó revistadj.com

  • Monegros Desert Festival (Huesca) confirmó que más de 50.000 asistentes se reunieron en el desierto aragonés durante sus 22 horas ininterrumpidas de música en 2025, de acuerdo con allfest.com

  • Time Warp Madrid cerró su edición 2025 con sold out y 31.000 asistentes en sus dos jornadas, tal como recoge Festivalea.

Este salto hacia la estética de los macroeventos lleva aparejado un incremento significativo en los costes, que se traslada directamente al público: entradas más caras, bebidas con precios inflados, y costos extra por servicios. Esta dinámica tensiona la relación entre el festivalero habitual y el organizador.

La demanda es innegable. Los datos de asistencia confirman que la escena no está muerta ni agotada. Sin embargo, también subrayan la necesidad de los festivales de mover un volumen masivo de público para justificar una estructura de gastos cada vez más abultada.

Headliners, cachés altos y carteles masivos: ¿a costa de la esencia?

En el circuito de la electrónica, atraer artistas de renombre mundial implica cachés altísimos. La estrategia de muchos festivales es priorizar grandes nombres para asegurar afluencia, lo que dispara los costes de producción y, por ende, los precios de entrada y consumo.

Este modelo incentiva la fórmula: «Cartel bestial + marketing agresivo + experiencias visuales espectaculares». Pero esto nos lleva a la pregunta clave: ¿vale la pena si la coherencia musical y la profundidad artística se diluyen?

Muchos anuncios de sold out funcionan más como un reclamo de marketing para generar FOMO (Fear of Missing Out) que como una señal fidedigna de que la demanda ha respondido masivamente, lo que complica la traducción real de ingresos a calidad artística.

Sets comprimidos, saturación de carteles y dilución del valor

Para que los presupuestos cuadren, muchos festivales se ven obligados a encajar a decenas de artistas en carteles amplios. Esto se traduce en sets de 60 minutos a 90 minutos como máximo.

En la electrónica, este formato a menudo traiciona la experiencia fundamental:

  • La progresión, la atmósfera y la transición —elementos esenciales del deejaying— se pierden.

  • La cultura electrónica se ha construido en base a sesiones largas, inmersión, y arcos narrativos musicales.

Cuando cada set dura apenas una hora, el público que busca una experiencia profunda detecta inmediatamente la carencia.

Mientras tanto, formatos alternativos, como clubs y raves, siguen llenando espacios cuando ofrecen sesiones largas, lo que demuestra que la demanda por lo auténtico y la profundidad musical persiste, aunque los macrofestivales no siempre la prioricen.

Fondos de inversión, profesionalización y lógica financiera al mando

Desde la crisis de 2020, varios festivales han pasado a manos de grupos inversores con un fuerte ánimo de rentabilidad. Esa entrada de capital ha permitido consolidar estructuras, asegurar producción y dotar de músculo a ciertos eventos. Pero también significa que la gestión tiene objetivos distintos: maximizar beneficios, controlar riesgos y asegurar retorno.

Esa lógica financiera se demostró potencialmente peligrosa con las recientes crisis de reputación en festivales como el Sónar o Viña Rock, que se vieron obligados a lanzar comunicados públicos para desvincularse de la política de inversión de su accionista principal, el fondo de capital riesgo KKR.

Este contexto puede potenciar el espectáculo, pero amenaza la coherencia artística: se premia lo vendible, lo masivo, lo seguro. El riesgo inminente es que la música quede supeditada a la lógica pura del negocio.

Saturación del mercado y riesgo de elitización de la escena

El crecimiento descontrolado del número de festivales trae consigo efectos secundarios tangibles. Con tanta oferta, y muchos eventos manteniendo precios altos, el sector compite por un público que no siempre puede permitirse la recurrencia. Las consecuencias directas son:

  • Dificultades para llenar aforos en algunos festivales.

  • Reclamaciones por prácticas poco transparentes: cargos extra, cashless obligatorio o cambios de cartel sin previo aviso.

  • Un público más selecto: aquellos que pueden pagar el coste total de entradas, bebidas y extras. Quienes no pueden, quedan excluidos.

Este cambio en el perfil del asistente amenaza la diversidad social y la accesibilidad que han caracterizado históricamente a la cultura electrónica.

¿Qué puede salvar la esencia? Identidad y equilibrio

Para que la escena electrónica sobreviva manteniendo su alma, algunos pilares deben ser reconsiderados por los grandes organizadores:

  • Carteles equilibrados: Mezclar headliners con talento emergente de calidad, en lugar de saturar con nombres puramente comerciales.

  • Sesiones de duración adecuada: Priorizar la música y su progresión por encima de la cantidad de artistas programados.

  • Transparencia total en precios y condiciones: Evitar los recargos sorpresa en entradas, consumos y extras.

  • Producción coherente: Una producción cuidada, sí, pero que actúe como apoyo y no como un elemento que opaque la experiencia musical.

Si los festivales logran equilibrar de manera sostenible la rentabilidad con el principio artístico, la escena puede seguir siendo un espacio vibrante y auténtico.

Conclusión: la burbuja existe y la música está en juego

La música en vivo en España vive un momento expansivo en términos de público, recursos e interés. Pero en la electrónica, ese auge convive con tensiones críticas: cachés desorbitados, presión comercial, carteles saturados, sets cortos y un riesgo real de elitización.

El desafío real del sector no es crecer, sino crecer sin perder su esencia. Si la escena prioriza únicamente lo que vende y olvida lo que vibra, la consecuencia inevitable serán festivales cada vez más grandes y música cada vez más vacía.

Para quienes amamos la electrónica de verdad, no basta con luces y publicidad. Lo fundamental sigue siendo lo de siempre: la música. Y a ella debemos protegerla.